- Fecha Creación: 2000
- Directora: Arq. Aguedita Coss.
- Ubicación: Edificio Biblioteca Central Piso 12
El Cronista de la Ciudad Universitaria de Caracas, Prof. Ildefonso Leal, visitó al Consejo de Preservación y Desarrollo.
By: TSU. Xiomara González. COPRED-UCVEl día 27 de Abril, luego de finalizar el acto de inauguración de la exposición “Universitarios e Independientes”, organizada por el Vicerrectorado Académico de la UCV y la Comisión del Año Bicentenario Ucevista, en el Hall de la Biblioteca Central, la División de Promoción y Apropiación Social, invitó al Prof. Ildefonso Leal a visitar el COPRED con la finalidad de darle un recorrido por sus instalaciones y conocer un poco sus impresiones en referencia a la Ciudad Universitaria de Caracas. Al respecto, nos hizo saber que se mantiene en buenas condiciones, aunque resaltó su preocupación por el deterioro que sufre la Casona Ibarra, considerando el importante valor histórico y patrimonial que ésta representa. Al respecto, el Arq. Edwin Meyer le explicó lo difícil que ha resultado conseguir apoyo financiero para realizar la restauración de la misma.
El Prof. Ildelfonso Leal, nos hizo entrega de las palabras que pronunció en el acto inaugural de la exposición. El mismo lleva por nombre “27 Rostros Universitarios en el Congreso del 5 de Julio de 1811”.
Luego de extenderle una invitación para organizarle una visita guiada por la Exposición Síntesis de las Artes “Carlos Raúl Villanueva” en la Galería Universitaria de Arte, se le hizo entrega de un botón alusivo a los X años de la CUC como Patrimonio Mundial.
A continuación transcribimos la palabras pronunciadas por el Doctor Ildefonso Leal el miércoles 27 de abril en el Hall de la Biblioteca Central de la UCV, titulado:
. 27 Rostros Universitarios
. en el Congreso del 5 de julio de 1811
El próximo 22 de diciembre de este año 2011, nuestra universidad, llamada antiguamente Real y Pontificia Universidad de Caracas, cumplirá 290 años de su fundación.
No resultó fácil lograr sembrar en tierras venezolanas esta institución. El proceso duró más de 20 años ante la Corte de Madrid y la Cancillería Romana. En los siglos XVI, XVII y XVIII las universidades no nacían por caprichos gubernamentales, o por simple demagogia política. Había que demostrar que la ciudad que requería esa gracia contaba con suficientes recursos para sostener los estudios, que poseía un buen número de cursantes, un escogido equipo de profesores y cátedras, y además debía precisar los beneficios que reportaría la futura Universidad a la provincia.
La idea de erigirla en Tierra Firme entusiasmó a todos: al clero, a los gobernadores, al Cabildo Eclesiástico, al Cabildo Secular, a los comerciantes y hacendados y hasta los vecinos de más humilde categoría económica. Hubo tanto entusiasmo, tanto contentamiento, que espontáneamente el pueblo de Caracas organizó una colecta para recabar dinero y otros donativos, a objeto de pagar un Procurador ante la Corte de Madrid que activara con prontitud las diligencias para que el Rey y el Papa firmaran los solemnes documentos de instalación.
Pero ¿por qué había tanto empeño en alcanzar esa gracia real y pontificia? Las razones que se esgrimieron fueron múltiples. Los padres de familia de aquella olvidada provincia de Venezuela se quejaban de las duras penalidades que experimentaban sus hijos para coronar sus estudios y obtener los títulos de bachiller, licenciado, maestro y doctor en universidades tan lejanas como la de Santa Fe de Bogotá, México o Santo Domingo.
Ir en bestias (caballo, burro o mula) de Venezuela a Bogotá constituía una verdadera proeza, pues había que atravesar intransitables caminos, selvas, páramos, elevadísimas cordilleras. Viajar por mar a Veracruz y luego tomar el largo camino a Ciudad de México, no era menos aterrador. Tomar en la Guaira un barquichuelo y aventurarse a soportar el fuerte oleaje del mar, la inclemencia de los huracanes y los ataques de los piratas para arribar a Santo Domingo representaba una indescriptible pesadilla. Muchos estudiantes perecieron en estas heroicas travesías y a ello se sumaba las abultadas sumas de dinero que debían desembolsar para pagar el alojamiento y el costoso arancel fijado para obtener los codiciados títulos académicos.
El Rey Felipe V y el Papa Inocencio XIII acordaron el 22 de diciembre de 1721 complacer los pedimentos de los súbditos venezolanos y así nació nuestra universidad un tanto pobre, sin edificio propio y con menguadas rentas. Esa universidad con semejantes estrecheces se convirtió al correr de los años, a finales del siglo XVIII, en un foco insurgente, en un crisol de ideas novedosas en el campo de la ciencia y del pensamiento. En octubre de 1784 el rey Carlos III le concede por primera vez a la Universidad de Caracas la autonomía al permitirle al Claustro elegir al Rector. Cuatro años después, en 1788 un ilustre catedrático caraqueño Baltasar de los Reyes Marrero puso en marcha una extraordinaria revolución académica. Desafiando al sector reaccionario del profesorado, Marrero enseñó los principios de la moderna filosofía y con un selecto equipo de discípulos comenzó a difundir en las aulas las frescas brisas de una nueva enseñanza. Marrero es, sin duda, el forjador en nuestro país de la Universidad cuestionadora, crítica, moderna. Sembró en el estudiantado el espíritu de lucha y renovación . Marrero y sus discípulos construyeron una gran falange de espíritus cultos e inconformes que serán los protagonistas de esa nueva Venezuela que nacerá el 5 de julio de 1811. Fue, pues, nuestra Universidad de Caracas el núcleo irradiador de las ideas republicanas, la forjadora de hombres que redactaron el Acta de la Independencia, la primera Constitución, los primeros códigos de la República, la primera estructura de los nuevos tribunales y de los nuevos basamentos económicos. Con universitarios fue que se organizaron las primeras misiones diplomáticas. Con universitarios nacieron los primeros periódicos de la República. Primero fue el irreverente quehacer ideológico de los Claustros y luego estalló la larga y cruenta guerra de la Independencia que se extendió hasta 1821.
Por estas sólidas razones es que nosotros consideramos como justo, legítimo y aleccionador este sencillo acto que la casi tricentenaria Casa de Estudio, la Universidad Central de Venezuela, tributa hoy como recordatorio del bicentenario del 5 de julio de 1811
En medio de enormes estrecheces económicas, de diatribas y mezquindades, de negaciones y condenas, nuestra Alma Mater hace gala este día de una extraordinaria serenidad para rememorar en forma sencilla el aporte de los universitarios a tan magna fecha histórica.
Pero cabe preguntar de qué manera esta institución académica hace 200 años contribuyó al nacimiento y consolidación de la República. En primer lugar destacaremos que fue en el recinto, en la sede de la universidad caraqueña, en la capilla de Santa Rosa de Lima, situada frente a la Plaza Mayor, hoy Plaza Bolívar, donde los diputados del Congreso de 1811 declararon la independencia. Allí, al lado del Palacio Arzobispal, en ese recinto sagrado, bajo la mirada reflexiva del Santo Patrono y protector de nuestra universidad, Santo Tomás de Aquino, fue que ellos convinieron en romper firmemente las ataduras políticas de la monarquía española.
El excelente investigador Carlos F. Duarte en su estupendo libro Juan Lovera, el Pintor de los Próceres, narra con detalles el acontecimiento y apunta que Lovera contaba en ese entonces 34 años de edad y era un hombre formado, quien tenía además exaltados sentimientos patrióticos y comulgaba con las ideas separatistas. Lovera tomó apuntes a lápiz de los hechos del 19 de abril de 1810 y 5 de julio de 1811 y de los rasgos de los protagonistas para perpetuarlos de alguna forma. "Lo que no pensaría el pintor -añade Duarte- es que esos apuntes le servirían veinticinco años más tarde, para perpetuar en el lienzo y de manera definitiva lo que tanta significación tuvo para él y para su querido país".
En efecto, el año de 1837 Lovera preparó una de las telas más importantes de su producción pictórica y la dedicó al Congreso Nacional por tratarse del tema de la firma del Acta de la Independencia. "En el marco espacial de la Capilla de Santa Rosa de Lima, donde tuvo lugar este acontecimiento capital en la vida del país, en un alarde de miniaturista, Lovera -subraya Duarte- retrató y colocó a más de un centenar de personajes con innumerables detalles del vestuario y mobiliario. Como si fuera poco repitió en la franja inferior del cuadro, un dibujo a plumilla de cada uno de los próceres más importantes con el fin de identificar de facilitar su identificación. Estos excelentes dibujos no sólo prueban la facilidad que tenía en esta técnica, sino que a través de ellos se han podido conocer los rostros de aquellos importantes personajes.
Carlos F. Duarte informa también que Lovera entregó el cuadro, oficialmente, al Congreso, el 25 de enero de 1838, junto con una carta de exaltado patriotismo, amor y dedicación por su trabajo, y en la que se destacan sus sentimientos y cualidades morales.
La obra de Lovera provocó grandes elogios por parte de la prensa y del público en general. Los congresistas la calificaron como "un hermoso cuadro" donde los personajes aparecían "con bastante propiedad" y por ello resultaba digna de ser colocada en uno de los salones de sesiones "por el grado de perfección artística y la circunstancia de ser la obra de un venezolano, sin más recursos que sus propios esfuerzos".
Gracias al cuadro de Lovera podemos apreciar varios detalles de la Capilla Universitaria donde se acostumbraba a celebrar solemnes actos académicos. Esos detalles son el conjunto de las cincuenta sillas todas de cedro forradas en terciopelo rojo, de brazos y patas cabrioladas, más dos distinguidas con copetes y chambranas talladas, construidas por el maestro Antonio José Limardo en 1792; la cátedra tallada y dorada con una pintura de Santo Tomás de Aquino, construida por el maestro tallista Antonio Mateo de Los Reyes en 1755; las tres ventanas separadas unas de otras y la gran alfombra con flecos en los bordes y medallones ovalados en cuadros sobre fondo verde que cubre el piso de la Capilla.
El cuadro proporciona igualmente una información completa sobre el vestuario de los personajes de aquel momento. "Todos los presentes -dice Carlos Duarte- llevaban el frac, exceptuando por supuesto el clero, los seis que visten uniformes militares y el Marqués del Toro y Gabriel Pérez de Pagola, quienes son los únicos en llevar casacas bordadas. Casi todos los frac son negros y tienen pequeñas solapas triangulares y cuello doblado. Así mismo casi todos los chalecos, camisas, corbatines, calzones y medias son blancos con algunas excepciones. El peinado es "a la Brutus", salvo el Marqués del Toro y Francisco de Miranda, quienes llevan pelucas empolvadas.
En la mañana del sábado 5 de julio de 1811 el primer Congreso Venezolano bajo la presidencia de don Juan Antonio Rodríguez Domínguez, diputado por la ciudad de Nutrias y del Vicepresidente Pbro. Luis Ignacio Mendoza, diputado por Mérida declaró la independencia absoluta de Venezuela.
En el inmortal óleo de Juan Lovera se registras la presencia de 41 firmas, de las cuales 27 fueron estampadas por universitarios, en su mayor parte ucevistas. Ahí aparece el médico larense José Ángel Álamo (1774-1831) , el abogado trujillano Antonio Nicolás Briceño (1782-1814), el médico canario José Luis Cabrera (1762-1837), el jurista mirandino Francisco Espejo (1758-1814); el jurista cumanés Mariano de la Cova (1764-1822), el político republicano caraqueño Isidoro Antonio López Méndez (1751-1814), el sacerdote trujillano Luis Ignacio Mendoza (1766-1828); el médico y abogado barinés Manuel Palacio Fajardo (1784-1819), el jurista caraqueño Felipe Fermín Paúl (1774-1843), el sacerdote yaracuyano Manuel Vicente de Maya (1777-1826), el prelado barinés y tercer Arzobispo de Caracas y Venezuela, Ramón Ignacio Méndez (1773-1819), el sacerdote, político y escritor Juan Nepomuceno Quintana (1778-1812) , el abogado del pueblo de Nutrias (Edo. Barinas) Juan Antonio Rodríguez Domínguez (1774-1816), el abogado y político guariqueño Juan Germán Roscio (1773-1821), el jurista, político, legislador y humanista caraqueño Francisco Javier Ustáriz (1772-1814); el abogado, periodista, escritor e historiador cubano, nativo de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, Francisco Javier Yánes (1777-1842); el estadista parlamentario y dirigente político caraqueño Martín Tovar Ponte (1772-1841), el sacerdote aragüeño, nativo de Villa de Cura Juan Antonio Díaz Argote (1755-1830), el sacerdote merideño Ignacio Ramón Briceño ( -1814), el abogado dominicano José María Ramírez (1753-1823), el jurista yaracuyano Juan José de Maya (1772-1814), el presbítero merideño Juan Antonio Ignacio Fernández Peña y Angulo (1781-1849), el sacerdote guariqueño, nativo de Calabozo, Salvador Delgado (1780-1834), el sacerdote valenciano Luis José de Cazorla ( -1812), el abogado y político caraqueño y catedrático de Prima de Cánones José Félix Soza (1773-1814), el peruano, oficial del ejército de Venezuela José de Sata y Bussi (1780-1816) y el sacerdote, educador y doctor en Teología, nativo de Guanare (Edo. Portuguesa), José Vicente de Unda (1777-1840).
Estos hombres, de formación universitaria, eran en su mayoría jóvenes cuya edad oscilaba entre los 30 y 57 años. De ellos tres figuraron como médicos, uno como militar, ocho sacerdotes y el resto, abogados. De esa ilustre galería sobresale especialmente, a nuestro entender, Juan Germán Roscio, antiguo catedrático de Instituta en la Universidad de Caracas, por haber sido en palabras de don Pedro Grases, el alma de la revolución y quien mereció el calificativo dictado por Andrés Bello, de padre, maestro y defensor de la naciente libertad. En efecto, Roscio, junto con Francisco Isnardi, redactó el Acta de la Independencia y mantuvo además una incansable labor propagandística a favor de la emancipación, tanto -añade Grases- en sus actos de estadista, en sus escritos por la prensa, en su copiosa correspondencia, como en sus declaraciones y discursos en el Congreso Constituyente de Venezuela.
Otro universitario ejemplar fue el médico, abogado, político y diplomático barinés Manuel Palacio Fajardo, quien en 1817 publica en inglés el libro Outline of the revolution in Spanish America, traducido posteriormente al francés y al alemán. Roscio y Palacio Fajardo formaron parte del equipo de periodistas de El Correo del Orinoco, fundado por Bolívar en 1818. El propio Libertador confió a Palacio Fajardo la revisión de su discurso en el Congreso de Angostura y le encargó la supervisión de la edición.
Para finalizar estas palabras vale la pena señalar al estudiantado que esta Universidad de Caracas vivió la etapa más dura y amarga de su historia en los años que corren de 1815 a 1820 cuando los monárquicos recuperaron el poder y buscaron ahogar en sangre y fuego la insurgencia democrática popular.
Para que no quedara ningún testimonio favorable al movimiento emancipador, los profesores retardatarios, de corte conservador realista comandados por el Rector José Manuel Oropeza ordenaron tachar en el Libro de Actas del Claustro Pleno el acuerdo donde la Universidad apoyaba abiertamente la Declaración de la Independencia. Se produce además en 1815 el primer allanamiento militar de la Universidad Caraqueña, por parte del General Pablo Morillo, la primera violación del principio de autonomía consagrado por Carlos III el 4 de octubre de 1784 y se origina también, por vez primera, la persecución de profesores por sus ideas políticas y se estimula con premios y distinciones a aquellos docentes que delataran a sus discípulos por poseer libros prohibidos opuestos "a la Religión, al Estado y pública tranquilidad".
La Universidad vivió en los años de la guerra de la Independencia una infernal crisis financiera de tal magnitud que para poder pagar el sueldo de los catedráticos se vio obligada a promover colectas públicas de dinero.
Esa Universidad vejada, humillada y maltratada cambió a partir del 24 de junio de 1827, gracias al apoyo de Bolívar y a las reformas del doctor José María Vargas. Ese memorable día nació la Universidad Republicana abierta a todas las corrientes del pensamiento, a todo el estudiantado sin importar el color de la piel o sus creencias religiosas, con abundantes cátedras, con bien dotados laboratorios, con plena autonomía, con sueldos decentes para el profesorado y con un robusto patrimonio representado en tierras y haciendas. Fue tanta la bonanza financiera de nuestra Primera Casa de Estudios en la primera mitad del siglo XIX que se daba el lujo, aunque ustedes no lo crean, de facilitar dinero al Estado en momentos de graves dificultades. El 10 de enero de 1827, el Libertador Simón Bolívar, en su última visita a Venezuela y ya hospedado en la vieja Casona de la Hacienda Ibarra estampó esta memorable frase:
"Yo estoy dispuesto a emplear todo el poder que me está confiado para hacer que este cuerpo (la Universidad Central de Venezuela) ocupe un lugar distinguido entre las universidades del mundo culto"
Ojalá que en este año bicentenario de la Independencia el Ejecutivo Nacional, apoyándose en este lapidario pensamiento bolivariano, resucitara el viejo anhelo del Libertador, de convertir a la UCV en una de las más acreditadas y prósperas instituciones académicas del ámbito hispanoamericano.